De esos momentos en los que te preguntas si acaso no lo
viste venir o más bien preferiste dejarlo pasar por eso de que “ojos que no ven
corazón que no siente, pero bien es sabido que; “no hay peor ciego que el que
no quiere ver” y que en los temas del amor hay que andarse con pies de plomo. Las
historias perfectas no existen, son espejismos, ilusiones con las que
construimos castillos en el aire que terminan por desvanecerse con la facilidad
con la que lo hace el diente de león al sentir nuestro aliento. Pero no
decaigo, no siento frustración ni derrota, no me siento tampoco perdedora de
una contienda de la que no sabía formase parte. Esto es lo que sucede cuando
uno se adentra en algo sin previo reconocimiento del terreno, sin guardar las
formas ni contenerse ni uno solo de los impulsos que deciden abrirse paso en tu
ser, y es que, hay que guardarse un as en la manga porque si enseñas todas tus
cartas en la primera partida corres el riesgo de volver a casa; con el bolsillo
ligero, la sonrisa caída y la cama vacía.
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