No pasó mucho
tiempo antes de que floreciese el amor; no surgió de un accidente o una curiosa
coincidencia, no intervinieron el azar o la suerte, no brotó entre ellos pasión
ni deseo, no se soñó con ese encuentro, no pudo ninguno de los dos imaginar
nunca nada parecido al otro, no se quisieron en modo alguno semejante a otros
quereres que hubiesen vivido, no fueron capaces de controlar lo que sentían. No
duraría eternamente y lo sabían. Eran David y su, muy pensado, regalo de noveno
cumpleaños, un pez Molly llamado Pecesito.
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